La complejidad de adoptar en Argentina y su opción subsidiaria
Abstract
Bien sabemos que la adopción no es un fenómeno reciente. Muchos años atrás en Grecia, había
una especie de protocolo: si un padre quería dar en adopción a su hijo lo dejaba en una vasija
funeraria en un camino y la gente sabía que podía llevarse a ese niño. En Roma, el padre del
pequeño levantaba al hijo en brazos y si lo dejaba en el suelo era señal de que quería que lo
adoptaran. En la Edad Media, simulaban la adopción obligando a que el niño se metiera por la
manga de una camisa y saliera por la otra. En otros casos, el niño se metía por debajo de la falda
de la madre adoptiva y salía: todo para simular la filiación biológica. En el Imperio Romano, la
adopción perseguía asegurar la continuación de la estirpe y la herencia o patrimonio de cargos
públicos. Es decir, que, como consecuencia de esta concepción social del niño, la adopción era
un instrumento para satisfacer las necesidades de los adultos, y no una medida encaminada a
solventar los intereses de los niños. El pater, al ostentar poderes absolutos sobre todas las
personas libres que conformaban la unidad familiar, podía vender o, incluso, matar a sus hijos.
Asimismo, tenía la posibilidad de recurrir a la adopción para incorporar un miembro a su familia
y de esta forma, cubrir diversas necesidades: continuación del linaje familiar o la transmisión del
patrimonio, asegurar el culto a los ancestros y elevar al adoptado, normalmente, a un nivel civil
superior de patricio o ciudadano. En ese entonces, las personas adoptadas eran habitualmente
de sexo masculino y, a menudo, adultas.