dc.description.abstract | Autores,
obras, ideas
Siempre marzo es un mes
de acontecimientos en
nuestra casa, pero este
año tiene sus particularidades.
Como siempre y poco a poco,
la temperatura académica adquiere
el tenor adecuado para
la maduración del saber, fruto
de una estrecha e intensa relación
entre alumnos y profesores.
De los rincones surgen, también gradualmente,
voces vibrantes con la coloratura de los más diversos
idiomas, signo distintivo de la interculturalidad
sostenida y creciente que nos caracteriza.
No es poco acontecer, además, que todas las carreras
de posgrado estén ahora funcionando en la
sede central de la Universidad. Toda la comunidad
académica está llamada a potenciarse y retroalimentarse
con esta integración. Quienes llegamos lo sabemos,
lo sentimos así y traemos el compromiso de
nuestro aporte cotidiano.
Pero sin duda el suceso que más atrapa y entusiasma,
reiterado desde hace ya cinco años, es la
Fiesta del Libro, esta vez bajo el lema “El libro en
la historia”. El libro es el “núcleo duro” del conocimiento
y lo será siempre. Me anticipo a decirlo: con
independencia del soporte que lo caracterice. Sea
piel de cabra, de cordero, papiro o papel, en rollos
o encuadernados, electrónico en web o en ebooks.
Sin libros no hay extensión del saber. El conocimiento
crece a partir del registro escrito de los logros
de otros, disponibles y circulando, para poder
avanzar a partir de ellos y ampliar las fronteras de
las ciencias. O del pensar. O del arte. O de la poesía.
Cuando los libros no están accesibles, las sociedades
debilitan su espíritu y se transforman en presa
fácil de intereses autoritarios. Por algo Ray Bradbury
imaginó las personas-libro en la sociedad cautiva de
Fahrenheit 451. Aquellos increíbles ciudadanos que,
ante la destrucción de los textos, memorizaban uno,
palabra por palabra, para que no se perdieran y la
comunidad pudiera disponer de ellos.
La convocatoria “El libro en la historia” dispara
otras reflexiones complementarias. Porque, si bien
no hay historia sin libros, también el libro permite delinear
itinerarios en la historia. Cristianos, musulmanes
y judíos son reconocidos como pertenecientes a
las “religiones del libro” porque la Biblia, el Corán y el
Talmud conforman el eje de sus creencias. Todas las
manifestaciones religiosas del oriente más lejano a
nosotros disponen de textos sagrados, aunque menos
centrales que los mencionados para la arquitectura
de sus valores existenciales. Otro tanto sucede
si se quieren recorrer los caminos de la filosofía, la
política, el derecho y la economía. Autores, obras,
siempre ideas encapsuladas en ese sencillo y a la
vez poderoso instrumento que es el libro.
Doctor Alberto Rubio
Decano de la Escuela de Posgrado en Negocios | es_ES |